Prof. D. Hilary Putnam
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Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa del Prof. D. Hilary Putnam
28 de enero de 2010, Aula Magna (Campus de Getafe)
Señor Rector Magnífico D. Daniel Peña,
Señoras y Señores,
Cuando busqué recientemente la “Universidad Carlos III” en la Wikipedia (la enciclopedia on-line que considero uno de los mayores logros de la comunidad de internautas), encontré lo siguiente: “Es una pequeña institución que destaca por la calidad de su enseñanza y por su investigación académica, su orientación internacional y por la carga de estudio que es muy superior a la media”. Esto es impresionante, y es un gran honor que mi trabajo obtenga este reconocimiento por parte de una institución de enseñanza superior tan exigente y prestigiosa como ésta. Asimismo, me entusiasma que una institución española reconozca mi trabajo, porque España y todo lo español han sido importantes para mi familia desde mi más tierna infancia. Déjenme que se lo explique.
Mi padre, Samuel Putnam, fue un traductor de renombre. Citando de nuevo a la Wikipedia, “Su obra más famosa fue su traducción al inglés de Don Quijote de Miguel de Cervantes de 1949. Es la primera versión de esta obra en la que se puede encontrar un inglés contemporáneo; aunque aún se emplea lenguaje arcaico en la traducción, es en menor medida. El lenguaje es formal cuando es utilizado por personajes cultos, pero rara vez pasado de moda, mientras que los personajes más incultos hablan en un inglés coloquial moderno. Putnam trabajó en la traducción durante doce años antes de que ésta fuera publicada. También publicó The Portable Cervantes, el cual incluía una versión abreviada de su traducción de Don Quijote, así como nuevas traducciones de dos de las Novelas Ejemplares de Cervantes. La traducción completa de Putnam, inicialmente publicada por Viking Press, fue reeditada por Modern Library, y rara vez ha estado descatalogada desde su primera publicación hace casi sesenta años.”
Déjenme añadir que he heredado el amor de mi padre hacia todo lo español, un amor que se ha visto reforzado por mis múltiples visitas a este precioso país a lo largo de los años. Por lo cual, recibir este honor por parte de una institución española de educación superior, y una de la más alta calidad, es una experiencia que atesoraré.
Una última cita de la Wikipedia, una vez más del artículo acerca de su universidad: “La filosofía que ha guiado a la universidad desde sus orígenes es la de formar a librepensadores responsables, con una sensibilidad hacia los problemas sociales, que se involucren en el concepto del progreso basado en la libertad, la justicia y la tolerancia.” Esta idea de “formar a librepensadores responsables” es mi excusa para hablar del papel de las Humanidades en la Universidad.
Hoy este papel se ve amenazado. Lindsay Waters, Editor Ejecutivo del departamento de Humanidades de Harvard University Press recientemente dedicó un libro llamado Enemies of Promise: Publishing, Perishing, and the Eclipse of Scholarship (Enemigos de la Promesa: Publicación, Deterioro y el Ocaso de la Erudición) a la gravedad de esta amenaza. En dicho escrito afirma:
“Un colega le preguntó al antiguo rector de una universidad del Ivy League si veía a los humanistas desarrollando un papel clave en la universidad en el momento crítico actual y el antiguo rector le contestó que no esperaba nada de las humanidades: ‘Son una causa perdida.’ Esta actitud es común entre los responsables académicos experimentados que ven la necesidad de reorientar la universidad hacia la búsqueda de la investigación científica y el dinero.”
Frente a esta forma de pensar – que estoy seguro – que no es la de su distinguida universidad – Waters escribe que: “Las Humanidades deben tomar medidas para preservar y proteger la independencia de sus actividades, tales como escribir libros y artículos, antes de que el mercado se convierta en nuestra prisión y el valor de un libro resulte depreciado. Esto no siempre ha sido así. John Milton escribió una vez que los buenos libros ‘son la preciosa sangre vital de un espíritu maestro.’ Hoy el humanista debe echar la vista atrás hacia estas expresiones de creencia iluminada. La tarea a afrontar es la de reexaminarnos constantemente. Si los humanistas no tenemos muy en cuenta lo que somos, nadie lo hará.”
Un amigo y antiguo alumno mío en Israel me comentó recientemente que lo que no ven aquellos responsables académicos que valoran las ciencias, a expensas de las humanidades, es que “los científicos de primer rango no quieren estar en una universidad con las humanidades de segunda clase.” Este comentario puede sobresaltar a alguno de mis oyentes, pero es absolutamente cierto. Con su permiso, quisiera extenderme un poco más en este punto.
Mi vida académica ha transcurrido a caballo entre dos profesiones. Cuando fui nombrado titular por primera vez, en 1959 en la Universidad de Princeton, fue en dos departamentos a la vez, filosofía y matemáticas. Muchos años después de mi nombramiento estuve impartiendo cursos universitarios en ambas materias, y he enseñado a alumnos que se han doctorado en matemáticas, así como a alumnos que se han doctorado en filosofía. Además, he tenido una interacción notable con científicos y filósofos que investigan los fundamentos de la física, especialmente en los fundamentos de la mecánica cuántica. Así que, conozco la forma de pensar de los científicos al igual que la de los filósofos, y puedo ratificar el comentario de mi amigo basándome en mi propia experiencia; las mismas cualidades de curiosidad ilimitada y dedicación intelectual, la misma pasión intelectual, que caracteriza a los científicos de primer rango, caracteriza a los humanistas de primera clase. Además, he observado que la curiosidad de los científicos les lleva a pensar acerca de las cuestiones más filosóficas e intelectuales y ellos buscan rodearse de colegas que conozcan lo mejor que se haya escrito y pensado acerca de estos temas. El diálogo entre disciplinas, y a través del límite poroso entre las “ciencias” y las “humanidades”, siempre ha sido una tradición en las grandes universidades del mundo; de hecho es parte del concepto de “universidad”.
Uniendo las palabras de Lindsay Waters y las de mi amigo, podemos decir que todos nosotros – responsables académicos, profesores, estudiantes y miembros del colectivo culto – debemos defender esta idea del conocimiento por el conocimiento, por el espíritu humano, por lo que Aristóteles denominó “eudaimonia” que se define como: “la actividad de la psique en virtud de la excelencia de una vida completa (en bio teleio)”. Cuando la búsqueda de la eudaimonia se ve reemplazada por la persecución del dinero o la búsqueda ciega de la productividad por la productividad misma, el concepto de la cultura y la idea de la universidad se pierde. Las humanidades nunca deberían considerarse opcionales y las ciencias nunca deberían considerarse meramente instrumentales o utilitarias.
A propósito de mi argumento acerca de la importancia de las humanidades, una de las afirmaciones acerca de la Universidad Carlos III de Madrid que encontré en Wikipedia dice: “La filosofía que ha guiado a la universidad desde sus orígenes es la de formar a librepensadores responsables, con una sensibilidad hacia los problemas sociales y que se involucren en el concepto del progreso basado en la libertad, la justicia y la tolerancia.” En sí mismo, esto es, virtualmente, un sinónimo del concepto moderno de la cultura. Lo que añadiría (algo que, seguramente, no ha sido dejado de lado por su institución) es que aquellos “librepensadores responsables” también necesitan adquirir un conocimiento de sus raíces históricas, tanto las raíces de la cultura occidental (y que cada vez es más global) como las raíces particulares de la cultura nacional de cada cual. Parte de las riquezas de la cultural mundial reside en las diferentes “trayectorias” de las distintas culturas nacionales que la conforman, así como de sus interacciones. Es evidente que la cultura española, por ejemplo, ha enriquecido a la vez que se ha visto enriquecida por sus interacciones con otras culturas. Pero cada cultura tiene su propia “trayectoria” distintiva, y valorar estos rasgos diferenciadores y querer hacer contribuciones individuales para asegurar su continuidad, no es incompatible con el concepto de la tolerancia, ni con la defensa de los derechos humanos universales. Las ciencias son vitales para comprender el mundo de hoy en día, así como los increíbles nuevos conocimientos que continúan emanando de la física, de la genética, de la teoría evolutiva, etc., etc., etc. Pero las humanidades son vitales para comprender la dimensión histórica de la cultura; sin ellas, la cultura dejaría de ser cultura.
Pero la responsabilidad de las humanidades, y particularmente de la disciplina humanística a la que represento: la filosofía, va más allá de cultivar el aprecio hacia la historia y los libros, aunque éstos sean esenciales. “El propósito de la filosofía,” escribió una vez el filósofo Wilfrid Sellars, “es comprender cómo las cosas - en el sentido más amplio del término, se interconectan - en el sentido más amplio del término.” La tarea de alcanzar este conocimiento de “cómo se interconectan las cosas” es, al mismo tiempo, imposible de completar y, para cualquier pensador digno de este calificativo, imposible de no asumir. Ésta es la tarea de la Universidad Carlos III y de cualquier universidad que se precie. Al concederme el título de Doctor Honoris Causa me convierten en un miembro de su comunidad. Acordemos, por tanto, promover esta tarea de diferentes maneras, al máximo de nuestras capacidades.
Gracias,
Hilary Putnam