Prof. D. Mario Vargas Llosa
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Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa del Prof. D. Mario Vargas Llosa
Apertura del curso 2014/2015, 12 de septiembre de 2014.
Rector Magnífico de la Universidad Carlos III de Madrid, Excelentísimas y Distinguidísimas autoridades, Señores profesores, Señoras, Señores, queridos amigos. Agradezco de todo corazón esta distinción que me brinda la Universidad Carlos III de Madrid incorporándome simbólicamente a su claustro académico. Es un honor y sé también que conlleva una responsabilidad de honestidad y rigor intelectual y, desde luego, que haré cuanto esté a mi alcance para no defraudar a esta generosa institución.
Cuando yo era joven, hace de esto ya algunos años, todavía en el Perú, en América Latina, y probablemente también en otras partes, existía la idea de que había una incompatibilidad profunda entre el artista, el creador literario y el mundo de la Universidad. Un mundo, se decía, de saber congelado que miraba más hacia el pasado que al futuro y del que los verdaderos creadores, los constructores de la modernidad y del futuro debían mantenerse alejados. Esa idea romántica hoy día ya no está vigente probablemente en ninguna parte pues la Universidad ha dejado de ser, si de verdad lo fue realmente alguna vez, ese recinto volcado hacia la tradición, desconectado de la modernidad y, en cierta forma, cerrado a la creación artística y literaria.
Todo lo contrario, en nuestros días la Universidad ha reemplazado aquellas tertulias de café o de taller, donde en la época romántica se gestaban seguramente los nuevos valores estéticos y donde, de alguna manera, se construía el futuro literario y artístico de una sociedad. En mi experiencia, la Universidad ha sido absolutamente fundamental para mi vocación literaria. En ella me formé, en ella encontré los alicientes, los amigos, los estímulos para poder dedicarme a escribir, a contar ficciones. Una actividad que en distintas épocas de mi vida me ha tocado enseñar en distintas universidades, una actividad que ha sido complementaria de mi trabajo creativo y una experiencia enormemente útil para entender mejor la función de la literatura y de la cultura en general en la vida de una nación.
Junto con la literatura, el periodismo ha sido una actividad que he practicado desde adolescente. Era casi un niño cuando empecé a trabajar en un periódico en las vacaciones de 1950 en el Perú, en el viejo diario de La Crónica. Un diario que era viejo no solo por los años que tenía sino también por el edificio que ocupaba, un edificio que temblaba a veces con el peso físico de los redactores. Y un periódico donde aprendí lo fascinante, lo extraordinariamente instructivo que puede ser ejercer esa profesión que pone en contacto al periodista con aquello que ocurre y que, de alguna manera, gravita y tiene un efecto importante para el conjunto de la sociedad. En esa época el Perú era mucho más que ahora, un país de compartimentos estancos, donde los que pertenecían a un sector social sabían poco o nada de quienes ocupaban otros compartimentos sociales. Y una de las pocas actividades que permitía recorrer ese país estructurado a través de esas celdas impermeables era precisamente el periodismo. Allí, ejerciéndolo como reportero, trabajando en la sección de locales o en la sección de policiales -creo haber pasado por todas las secciones de un periódico- descubrí la complejidad de la sociedad peruana y también la profunda violencia que la afectaba. Descubrí las distancias verdaderamente astrales en que vivían los peruanos que gozaban de privilegios y los peruanos que no gozaban de ninguno. Y también los problemas, los mitos, los valores y desvalores en que transcurría la vida para esa sociedad abigarrada, tensa, múltiple, plural, difícil que es la sociedad peruana. Creo que buena parte de las ficciones que yo he escrito, no hubiera podido escribirlas sin las experiencias que debo al periodismo. Y por eso, después de la literatura -quizá debería decir junto a la literatura- el periodismo ha sido una actividad que he ejercido a lo largo de toda mi vida y que sigo ejerciendo ahora, no solo comentarista de la actualidad, sino también de vez en cuando y cuando las fuerzas me lo permiten, ejerciendo el reportaje. Ese periodismo vivo que se enfrenta al acontecer, que trata de resumir en pocas líneas, en pocas páginas, a veces, acontecimientos de enorme significación histórica, política, social, económica y que hacen vivir a quien enfrenta esta tarea, este desafío, una intensidad, una excitación y un entusiasmo solo comparable, en mi caso, al que me produce ver que una historia poco a poco va tomando forma, adquiriendo un especie de soberanía e independizándose de quien la escribe y la inventa.
Por todo eso, comprenderán ustedes, hasta qué punto me emociona que haya sido un departamento, una facultad de periodismo la que se ha conjurado para que la Universidad Carlos III me ofrezca esta generosa distinción. Muchas gracias a los colegas periodistas de Carlos III por honrarme de esta manera y hacerme sentir que soy uno de ustedes. Y muchas gracias a la universidad por esta ceremonia tan bella, tan conmovedora, que desde luego mi memoria va a recordar y seguramente actualizar cada vez que, como les ocurre siempre a los escritores, atraviese un periodo de desánimo, un periodo de esos que uno siente que todo lo que uno ha hecho, que ha escrito no vale nada y se lo va a llevar el viento. Y uno entonces busca en su memoria, en sus recuerdos aquellos hechos, aquellos actos como este que pueden devolverle la confianza, el entusiasmo y la voluntad de seguir trabajando. Muchísimas gracias pues a la Universidad Carlos III a la que deseo un gran futuro. Una Universidad de la que espero salgan muchos y muy buenos periodistas, además de científicos, abogados ingenieros, es decir, los constructores del futuro de España y de Europa. Muchas gracias.