Prof. D. Roger Chartier
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Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa del Prof. D. Roger Chartier
Nombrado Doctor Honoris Causa el día 5 de octubre de 2001
Es un gran honor para mí recibir este Doctorado Honoris Causa de la Universidad Carlos III de Madrid. Quisiera agradecer muy sinceramente a todas las autoridades académicas y a todos los colegas de esta Universidad que me confieren tan prestigiosa distinción.
Agradezco particularmente a los Profesores del Área de Historia y del Departamento de Humanidades, al Decano de la Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación, Profesor Doctor D. Antonio Rodríguez de las Heras, y al Excelentísimo Señor Rector, Profesor Doctor D. Gregorio Peces-Barba Martínez. Y, por supuesto, agradezco al Profesor Doctor D. Enrique Villalba Pérez su demasiado generosa laudatio.
Recibo este doctorado con una verdadera emoción. En efecto, durante los últimos quince años, se multiplicaron y profundizaron los lazos intelectuales que me unen con numerosos profesores y estudiantes de varias universidades españolas. Aprendí mucho de ellos y les debo mis primeros pasos como hispanista amateur. Pero, lo que es aún más importante, es que las amistades así trabadas me ofrecieron una especie de "segunda identidad". Nunca me siento extranjero en España - a menudo menos que en Francia - y he publicado más libros en español que en cualquier otro idioma, inclusive el mío. Estas poderosas razones explican por qué hoy estoy particularmente honrado y emocionado al recibir este doctorado en un país que quiero y en una Universidad donde los estudios dedicados a la cultura escrita, a la historia del libro y a las nuevas formas de la información y comunicación son tan importantes e innovadores.
Recordado a los amigos del Seminario Litterae sobre Cultura Escrita, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el tema de las lenguas y lecturas en el mundo de la comunicación digital. Quisiera empezarlas con dos Fábulas, como escribe su autor. La primera indica la perdurable nostalgia frente a la pérdida de la unidad lingüística, la segunda presenta la figura inquietante de su utópica restauración.
En "El Congreso", que Borges publicó en El libro de arena en 1975, un cierto Alejandro Ferri, quien, como él mismo, escribió un ensayo sobre el idioma analítico de John Wilkins, está encargado de identificar la lengua que deberán usar los participantes del Congreso del Mundo "que representaría a todos los hombres de todas las naciones. Para documentarse, los instigadores de tal proyecto, cuya asamblea preside Don Alejandro Glencoe. un estanciero oriental, mandan a Alejandro Ferri a Londres. Relata así sus investigaciones: "Me hospedé en una módica pensión a espaldas del Museo Británico, a cuya biblioteca concurría de mañana y de tarde, en busca de un idioma que fuera digno del Congreso del Mundo. No descuidé las lenguas universales; me asomé al esperanto -que el Lunario sentimental califica de "equitativo, simple y económico" - y al Volapük, que quiere explorar todas las posibilidades lingüísticas, declinando los verbos y conjugando los sustantivos. Consideré los argumentos en pro y en contra de resucitar el latín, cuya nostalgia no ha cesado de perdurar al cabo de los siglos. Me demoré asimismo en el examen del idioma analítico de John Wilkins, donde la definición de cada palabra está en las letras que forman".
Alejandro Ferri considera sucesivamente los tres tipos de lenguas capaces de superar la infinita diversidad de las lenguas vernáculas: en primer lugar, las lenguas artificiales inventadas en los siglos XIX y XX tal como el esperanto o el volapük que deben asegurar la comprensión y la concordia entre los pueblos; en segundo lugar, el retorno a una lengua que puede desempeñar el papel de un vehículo universal de la comunicación como lo hizo el latín y, por último, las lenguas formales que prometen, como lo propuso en 1668 el philosophical language de John Wilkins, una perfecta correspondencia entre las palabras, en las que cada letra es significativa, y las categorías, especies y elementos. En su ensayo sobre John Wilkins, publicado en 1952 en Otras inquisiciones, Borges da un ejemplo de esta lengua' perfecta: "de, quiere decir elemento, deb, el primero de los elementos, el fuego; deba, una porción del elemento del fuego, una llama". Así cada palabra se define a sí misma y que el idioma es una clasificación del universo.
Finalmente, las investigaciones de Ferri se revelan inútiles. Reunir un Congreso del Mundo era una idea absurda porque este Congreso existe ya: es el mundo mismo como lo reconoce Don Alejandro: "Cuatro años he tardado en comprender lo que les digo ahora. La empresa que hemos acometido es tan vasta que abarca -ahora lo sé- el mundo entero. No es unos cuantos charlatanes que aturden en los galpones de una estancia perdida. El Congreso del Mundo comenzó con el primer instante del mundo y proseguirá cuando seamos polvo. No hay un lugar en que no esté". Entonces, la búsqueda de un idioma universal es una idea vana ya que el Mundo está constituido por una irreductible diversidad de lugares, cosas, individuos y, lenguas.
Tratar de borrar semejante multiplicidad es perfilar un porvenir inquietante. En "Utopía de un hombre que está cansado", publicado también en El Libro de arena, el mundo de los tiempos futuros, en el que se ha perdido el narrador, ha vuelto a la unidad lingüística. El visitante del porvenir, Eudoro Acevedo, quien es profesor de letras inglesas y americanas, escritor de cuentos fantásticos y que tiene su escritorio en la calle México donde estaba la Biblioteca Nacional cuyo director fue Borges, no sabe cómo comunicarse con el hombre alto que encuentra en la llanura: "Ensayé diversos idiomas y no nos entendimos. Cuando él habló lo hizo en latín. Junté mis ya lejanas memorias de bachiller y me preparé para el diálogo". Le dice el hombre: "Por la ropa, veo que llegas de otro -siglo. La diversidad de las lenguas favorecía la diversidad de los pueblos y, aun de las guerras; la tierra ha regresado al latín. Hay quienes temen que vuelva a degenerar en francés, en lemosín o en papiamento, pero el riesgo no es inmediato".
El mundo del porvenir, donde no existe más que una sola lengua, es también un mundo del olvido, sin museos, sin bibliotecas, sin libros: "La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios" dice el hombre sin nombre ("Me has dicho que te llamas Eudoro; yo no puedo decirte cómo me llamo, porque me dicen alguien"). El retorno a la unidad lingüística significa así la perdida de la historia, el desvanecimiento de las identidades y, finalmente, la destrucción aceptada. Saliendo de la casa con sus habitantes, Eudoro Acevedo descubre un edificio inquietante: "Divisé una suerte de torre, coronada por una cúpula. Es el crematorio dijo alguien -. Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo cuyo nombre creo. era Adolfo Hitler".
La utopía de un mundo sin diferencias, sin desigualdades, sin pasado, acaba en una figura de muerte. Comentando en el "Epílogo" los diversos cuentos reunidos en El libro de arena, Borges indica que la fábula del hombre cansado es la pieza más honesta y melancólica de la serie" - melancólica quizá porque todo lo que en las utopías clásicas parece prometer un futuro mejor, sin guerras, sin pobreza ni riqueza, sin gobierno ni políticos los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos conduce a la perdida de lo que define a los seres humanos en su humanidad: la memoria, el nombre, la diferencia.
Estas varias lecciones borgesianas no carecen de pertinencia para que entendamos nuestro presente. ¿Cómo, en efecto, pensar la lengua de este nuevo "congreso del mundo tal como lo construye la comunicación electrónica? Su posible universalidad se remite a las tres formas de idiomas universales encontradas por Alejandro Ferri en la British .-Library. La primera, que es la más inmediata y evidente, se vincula con la dominación de una lengua particular, el inglés, como lengua de comunicación universalmente aceptada, dentro y fuera del medio electrónico, tanto para las publicaciones científicas como para los intercambios informales de la red. Se remite también al control por parte de las empresas multimedia más poderosas -es decir estadounidenses- del mercado de las bases de datos numéricos, de los web sites o de la producción y difusión de la información. Como en la utopía aterrorizante imaginada por Borges, semejante imposición de una lengua única y del modelo cultural que conlleva puede conducir a la mutilado ra destrucción de las diversidades.
Pero este nuevo planteamiento de la questione della lingua como decían los Italianos del Renacimiento, de Pietro Bembo a Baldassare Castiglione, que se liga a la dominación del inglés, no debe ocultar otras dos innovaciones de la textualidad electrónica. Por un lado, el texto electrónico reintroduce en la escritura algo de las lenguas formales que buscaban un lenguaje simbólico capaz de representar adecuadamente los procedimientos del pensamiento. Es así que Condorcet subrayaba en su Esquisse dun tableau historique des progrés de Vesprit humain la necesidad de una lengua común, apta para formalizar las operaciones del entendimiento y los razonamientos lógicos y que fuese traducible en cada lengua particular. Esa lengua universal debía escribirse mediante signos convencionales, símbolos, cuadros y tablas, todos estos "métodos técnicos" que permiten captar las relaciones entre los objetos y las operaciones cognitivas. Si Condorcet vinculaba estrechamente el uso de esta lengua universal con la invención y la di fusión de la imprenta, en el mundo contemporáneo es en relación con la textualidad electrónica que se esboza un nuevo idioma formal, inmediatamente descifrable por cada uno. Es el caso de la invención de los símbolos, los emoticons como se dice en inglés, que utilizan de una manera pictográfica algunos caracteres del teclado (paréntesis, coma, punto y coma, dos puntos) para indicar el registro de significado de las palabras: alegría :-) tristeza :-( ; ironía ;-) ira :-@ ... Ilustran la búsqueda de un lenguaje no verbal y que, por esta misma razón, pueda permitir la comunicación universal de las emociones y fijar el sentido del discurso.
Por otro lado, es posible decir que el inglés de la comunicación electrónica es más una lengua artificial, con su vocabulario y sintaxis propios, que una lengua particular elevada, como lo fue antes el latín, al rango de lengua universal. De una manera más escondida que en el caso de las lenguas inventadas en el siglo XIX, el inglés transformado en lingua franca electrónica es una especie de lengua nueva que reduce el léxico, simplifica la gramática, inventa palabras y multiplica abreviaturas (del tipo "I c you"). Esta ambigüedad propia de una lengua universal que, a la vez, tiene como matriz una lengua ya existente e impone convenciones originales tiene tres consecuencias.
En primer lugar, refuerza la certidumbre de los estadounidenses en la hegemonía de su lengua y en la inutilidad del aprendizaje de otras lenguas. Hace pocos años, una gobernadora de Texas declaró: "If English was good enough for Jesus, it ought to be good enough for the children of Texas" ["Si el inglés era suficiente para Jesús, debe ser suficiente para los niños de Texas"]. Y hoy en día solamente el 8 % de los estudiantes de los colegios o universidades estadounidenses siguen clases de lenguas extranjeras. En segundo lugar, este inglés más cercano del volapük que del latín, supone un aprendizaje particular que no está procurado por el conocimiento de la lengua inglesa. Y, finalmente, el imperialismo ortográfico del inglés, que desconoce los acentos o tildes, impone a menudo su supresión a las otras lenguas cuando están escritas o leídas en la pantalla de la computadora.
Dos elementos deben matizar estas observaciones. El primero se remite a la disminución de la distancia entre la comunidad angloparlante y las otras en el mundo electrónico. En 1994, por ejemplo, dos millones de direcciones electrónicas estaban ubicadas en países de habla inglesa en relación con solamente 170.000 mil en los países de habla francesa. Los datos más recientes muestran que el desarrollo de la red ha conducido a una presencia más fuerte de los usuarios que no son angloparlantes y, por ende, a una mayor pluralidad lingüística en la oferta textual. Pero sigue fuerte, sin embargo, la dominación del inglés. Hoy en día, el 47,5 % de la población on line vive en países de habla inglesa contra el 9 % para la lengua china, 8,6 % para el japonés, 6,1 % para el alemán, 4,5 % para el español, 3,7 % para el francés y 2,5 % para el portugués.
Por lo demás, los progresos en la enseñanza y el conocimiento de las lenguas extranjeras en Europa y en América Latina, si no en los Estados Unidos, han otorgado la posibilidad de comunicaciones en las cuales cada uno puede utilizar su propia lengua y entender la lengua del otro. En esta perspectiva comparto plenamente el diagnóstico de Umberto Eco en lo que se refiere a la definición de un poliglotismo moderno cuando afirma: El problema de la cultura europea (o universal R. C.) del futuro no consiste en el triunfo de un poliglotismo total (el que supiera hablar todas las lenguas sería semejante a Funes el Memorioso de Borges, con su mente totalmente ocupada par una infinidad de imágenes), sino en una comunidad de personas que pueden entender el espíritu, el perfume, el ambiente de un habla diferente". Lo que plantea la necesidad de aprendizajes lingüísticos que permiten a los individuos, si no hablar, por lo menos entender diversas lenguas. Semejante proyecto pedagógico y cívico es el único que puede evitar una dominación absoluta de una lengua única, cualquiera que sea.
Monolingüístico o políglota, el mundo de la comunicación electrónica es un mundo de la sobreabundacia textual cuya oferta desborda la capacidad de apropiación de los lectores. A menudo la literatura ha enunciado la inutilidad de los libros acumulados, el exceso de los textos demasiado numerosos. En el mundo utópico de Borges, el diálogo entre Eudoro Acevedo y el hombre sin nombre del futuro lo demuestra. Hojeando un ejemplar de la edición de 1518 de la Utopía de Thomas More, el primero declara: "Es un libro impreso. En casa habrá más de dos mil, aunque no tan antiguos ni tan precioso?. Su interlocutor se ríe y contesta: "Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer, sino releer".
Más de tres siglos antes, el diálogo que Lope de Vega imagina en Fuenteovejuna entre Barrildo el labrador y Leonelo el licenciado de Salamanca ilustra la misma desconfianza frente a la multiplicación de los libros permitida por la invención de la imprenta - una invención reciente en el tiempo de los eventos narrados en la comedia que ocurrieron en 1476. A Barrildo. que alaba los efectos de la imprenta ("Después que vemos tanto libro impreso, / no hay nadie que de sabio no presuma"), Leonelo contesta: "Antes que ignoran más, siento por eso, / por no se reducir a breve suma; / porque la confusión, con el exceso, / los intentos resuelve en vana espuma; / y aquel que de leer tiene más uso, / de ver letreros sólo está confuso". La multiplicación de los libros se ha vuelto una fuente de "confusión" más que de saber, y la imprenta con todo el "exceso" de libros que ha generado no produjo nuevos genios: "Sin ella muchos siglos se han pasado, / y no vemos que en éste se levante / un Jerónimo santo, un Agustino".
De ahí un interrogante: ¿Cómo pensar la lectura frente a una oferta, textual que la técnica electrónica multiplica aun más que la invención de la imprenta? "Se habla de la desaparición del libro; yo creo que es iniposible declaró Borges en 1978. No tenía totalmente razón, ya que en su país hacía dos años que se quemaban libros y que desaparecían autores o editores. Pero su diagnóstico expresaba la confianza en la supervivencia del libro frente a los nuevos medios de comunicación: el cine, el disco, la televisión. ¿Podemos mantener hoy en día tal certidumbre? Plantear así la cuestión, quizás no designa adecuadamente la realidad de nuestro presente, caracterizado por una nueva técnica y forma de inscripción, difusión y apropiación de los textos, ya que las pantallas del presente no ignoran la cultura escrita, sino que la transmiten y la multiplican.
Todavía no sabemos muy bien cómo esta nueva modalidad de lectura transforma la relación de los lectores con lo escrito. Sabemos bien que la lectura del rollo de la Antigüedad era una lectura continua, que movilizaba el cuerpo entero, que no permitía al lector escribir mientras que leía. Sabemos bien que el codex, manuscrito o impreso, permitió gestos inéditos (hojear el libro, citar precisamente pasajes, establecer índices) y favoreció una lectura fragmentada pero que siempre percibía la totalidad de la obra, identificada por su materialidad misma.
¿Cómo caracterizar a la lectura del texto electrónico? Para comprenderla, el Profesor Antonio Rodríguez de las Heras formuló dos observaciones que nos obligan a abandonar las percepciones espontáneas y los hábitos heredados. En primer lugar, debe considerarse que la pantalla no es una página, sino un espacio de tres dimensiones, que tiene profundidad y en el que los textos brotan sucesivamente desde el fondo de la pantalla para alcanzar la superficie iluminada. Por consiguiente, en el espacio digital, es el texto mismo, y no su soporte, el que está plegado. La lectura del texto electrónico debe pensarse, entonces, como desplegando el texto electrónico o, mejor dicho, una textualidad blanda, móvil e infinita.
Semejante lectura compone en la pantalla ajustes textuales singulares y efímeros. Como lo ejemplifica la navegación por la red, es una lectura discontinua, segmentada, fragmentada. Si conviene para las obras de naturaleza enciclopédica, que nunca fueron leídas desde la primera hasta la última página, parece perturbada o inadecuada frente a los textos cuya apropiación supone una lectura continua y atenta, una familiaridad con la obra y la percepción del texto como creación original y coherente. El desafió y la incertidumbre del porvenir se remiten fundamentalmente a la capacidad del texto descuadernado del mundo digital de superar o no la tendencia al derrame que lo caracteriza.
¿Será el texto electrónico un nuevo libro de arena, cuyo número de -páginas era infinito, que no podía leerse y que era tan monstruoso que fue sepultado en los húmedos anaqueles de la Biblioteca Nacional en la calle de México? 0 bien, ¿propone ya una nueva y prometedora definición del libro capaz de favorecer y enriquecer el diálogo que cada texto entabla con cada uno de sus lector?
La respuesta nadie la conoce. Pero cada día, como lectores, sin saberlo, la inventamos.