D. Miguel Ángel Rodríguez Echevarría
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Discurso del Sr. D. Miguel Ángel Rodríguez Echevarría
Ilustrísimo Señor Rector
Señores Miembros del Claustro Académico
Señores Doctores de Honor recién investidos
Queridos estudiantes
Amigos y amigas
Recibo con profunda gratitud, señor Rector y miembros del claustro académico, la elevada distinción que me concede la Universidad Carlos III, al otorgarme la Medalla de Honor. La interpreto como un reconocimiento que, por mi medio, se hace a Costa Rica, y que es tanto más trascendente por cuanto procede de una de las mejores y más prestigiosas universidades de Europa.
Interpreto que con esta deferencia se reconoce al pueblo costarricense su vocación para forjar una cultura de paz y tolerancia que emerge de los valores democráticos, para respetar y promover los derechos humanos, para construir y pulir el Estado de Derecho que es el valladar natural contra la arbitrariedad.
Interpreto que se reconoce a Costa Rica su compromiso para que el crecimiento económico esté siempre en armonía con la protección de la Naturaleza y la primacía dada históricamente a la inversión en capital humano, a fin de brindar con educación, salud y oportunidades de trabajar y emprender para todas las personas, un camino que conduzca al bienestar de las familias.
Y no deja de ser una hermosa coincidencia que se nos confiera este honor a escasas semanas de que se cumplan, en mayo de este año, 150 años desde que la Reina Isabel II, en nombre de todo el pueblo español, reconoció como república independiente y soberana a Costa Rica, un pequeño país anclado en el Istmo Centroamericano.
No éramos entonces más que un puñado de campesinos, herederos de tribus indígenas despobladas y pobres, aunque valerosas, que Cristóbal Colón creyó ricas como para justificar el nombre que le dio a aquella tierra; así como descendientes de unos colonizadores españoles también pobres, trabajadores, amantes de la tierra, que ante la ausencia de mano de obra abundante y de yacimientos minerales, no dudaron en empuñar ellos mismos el arado y la pala para sacar de la tierra escuálidos frutos de subsistencia.
Pero ya para entonces nuestro pequeño país tenía a su haber su verdadera y extraordinaria riqueza, a saber su irreductible compromiso con la libertad, los derechos de todas las personas, la solidaridad y los valores democráticos que concebimos como prerrequisitos indispensables para el desarrollo humano.
Así se forjaron la nacionalidad y la institucionalidad costarricenses por parte de los fundadores de nuestra República, privilegiando el diálogo constructivo, la concertación y la previsión, en un ambiente de libertad y democracia, para construir un Estado de Derecho que asegurara la protección y ejercicio efectivos de los derechos y libertades fundamentales de las personas. No en vano nuestra primera Constitución Política fue denominada de un modo especialmente sugerente y evocativo: se le llamó Pacto de Concordia.
Sí, a partir de la concordia, es decir del diálogo, la tolerancia, la paz, de la seguridad del Estado de Derecho, así como de la creatividad, la competitividad y la apertura resultantes del ejercicio pleno de la libertad, se fue construyendo el modelo costarricense de desarrollo humano.
De modo que con este homenaje se honra, en realidad, no al hoy Presidente de Costa Rica sino a los hombres y mujeres que ya desde el siglo XIX nos enseñaron a invertir en salud y educación para edificar el progreso económico y la paz social, a valorar nuestra riqueza natural y a darle un uso sostenible. Esos costarricenses que supieron otear más allá de nuestras fronteras y se aventuraron a la conquista de los beneficios del comercio exterior, sembrando y exportando café cuando aún no existía un mercado desarrollado para este producto. Que encontraron en la democracia y en el Estado de Derecho, en el comercio internacional y en la educación, el orden apropiado para construir el bienestar de forma armónica y solidaria.
Si me permito hacer estas reflexiones sobre la experiencia de Costa Rica, es porque creo que encierra conclusiones importantes en el momento de inflexión en que nos encontramos los países que estamos comprometidos con el perfeccionamiento de la democracia, la consolidación del Estado de Derecho, la protección del ambiente, el respeto a los derechos humanos y la construcción de una paz duradera, que implica en sí misma el rechazo a toda forma de violencia, en especial, debo decirlo con toda claridad, en especial de la violencia terrorista. Decía, señor Rector, señores miembros del claustro académico, queridas y queridos estudiantes, decía que sobre las bases indispensables de la libertad, la democracia, la inversión social y la tolerancia, Costa Rica logró construir un modelo singular de desarrollo humano, que le permitió ingresar al siglo XX, ya no como la nación más olvidada, recóndita y pobre de Centroamérica, que éramos cuando nos independizamos o cuando la reina Isabel lI nos dio su reconocimiento, sino más bien como una de las repúblicas más prósperas y equitativas de Latinoamérica.
Con ese modelo, fortalecido paulatinamente a lo largo de los años por obras de previsión social y de civilismo, como la creación de un sistema de seguridad social y la supresión del ejército hace ya más de medio siglo, Costa Rica ha logrado ingresar al siglo XXI como un país que es el mayor exportador per cápita de América Latina y cuyo principal rubro de ventas está constituido por productos de alta tecnología y actividades de alto valor agregado e intensivas en conocimiento como la fabricación de software. Un país que es pionero y líder mundial en ecoturismo, que tiene índices de desarrollo humano propios de países desarrollados, al punto que según The Economist es la sociedad más saludable de América Latina, y que disfruta de la paz política y social que nos brinda ser la democracia más antigua y sólida de la región.
Hoy todos los que estamos sinceramente comprometidos con la democracia y la libertad, como vías indispensables para construir el desarrollo humano, nos hacemos cuestión sobre los mecanismos adecuados para responder a los retos que se nos plantean, muchos de los cuales son el paradójico fruto del triunfo del sistema democrático, y satisfacer, con nuestra respuesta a esos retos, las legítimas expectativas de los pueblos por gozar de condiciones de vida cada vez mejores.
Parte del enorme influjo de los principios democráticos, tal vez lo que mejor expresa su fuerza y valía para los seres humanos, radica en su capacidad de insuflar la aspiración por un futuro mejor. Y de ahí deriva también su mayor reto actual: ¿cómo responder a esas aspiraciones, cómo satisfacer las expectativas frente a las realidades de pobreza, enfermedad e ignorancia en América Latina?
Esta no es tarea fácil, como prueba el desencanto con el sistema democrático que con mayor o menor profundidad se vive en muchos países. Y del mismo modo, no son preguntas que admitan respuestas fáciles.
De hecho, esa es la primera tentación que debemos evitar. Las respuestas fáciles a cuestiones tan complejas no son más que demagogia, ejercicios retóricos sin ningún contenido real y que en ningún modo resuelven los problemas objetivos que se enfrentan ni mejoran las condiciones de vida de los pueblos. Antes bien, las empeoran. La historia está plagada de ejemplos, aunque ello no impida, por desgracia, que algunos pueblos de tarde en tarde sucumban en los fuegos de artificio de la demagogia.
Construir la democracia, no como un mero régimen sino como vivencia plena de un pueblo, no es un proceso sencillo ni de unos pocos años. Los costarricenses sabemos por experiencia que es harto difícil y laborioso. Es por ello que admiramos al pueblo español, a España, por el modo extraordinario y ejemplar en que ha construido una democracia vibrante, activa, sólida y exitosa en la tarea de elevar los niveles de desarrollo humano.
Y es que poner las cosas en perspectiva, tomar la distancia y el reposo necesarios para analizarlas objetivamente, es indispensable para brindarles una valoración adecuada. Del mismo modo que Costa Rica no sería hoy ni la sombra de lo que es, de no haber sido por su sistema democrático, seguramente España tampoco sería la misma, sino fuese por el brillante proceso de construcción democrática que han ejecutado sus hombres y mujeres.
Con esto lo que quiero decir es que nadie debe llamarse a engaño: la democracia sí funciona. Siempre que se le permite desarrollarse, consolidarse y convertirse en vivencia, ha demostrado que es capaz, como ningún otro sistema, de impulsar el desarrollo humano de las naciones. Y esto no debe olvidarse con tanta facilidad como es sólito que suceda.
Claro es, por supuesto, que la democracia es un sistema racional de toma de decisiones. Por tanto, no actúa mágicamente. Esa suerte de realismo mágico con que muchos pueblos, en demasiadas ocasiones, pretenden que se actúe, nos ha brindado algunos de las obras más memorables de la literatura de nuestro tiempo, pero en punto al desarrollo humano no genera más que resultados caóticos. No hay ni superhombres salvadores ni recetas dogmáticas con resultados instantáneos de riqueza y bienestar.
No hay ninguna magia en los logros alcanzados por nuestros dos países y que son reconocidos mundialmente. Lo que sí hay son muchos años y muchos esfuerzos de millones de hombres y mujeres que se han dedicado a construir una cultura democrática, en la cual las personas se autolimitan por respeto a las instituciones establecidas para tomar decisiones, porque tienen la convicción del inconmensurable valor de preservar y defender las normas de comportamiento democrático.
Es a raíz de esa autolimitación de las personas, es decir de la seguridad que brinda un Estado de Derecho, y del ejercicio responsable y pleno de la libertad, esa partir de esas dos bases que los seres humanos liberamos, concatenamos y utilizamos toda nuestra fuerza creativa para construir el progreso en todos los ámbitos de la actividadhumana, porque solo en democracia se organiza la sociedad para resolver los asuntos públicos con la participación, losconocimientos y los valores de los ciudadanos.
A partir de las bases proporcionadas por la democracia y la libertad es como podemos construir, entonces, el edificio del desarrollo humano, conjugando adecuadamente el crecimiento económico con la solidaridad social. Así nos lo recuerda Amartya Sen, ganador del Premio Nobel de Economía por sus estudios sobre la pobreza, al señalar que el bienestar de nuestras sociedades depende de la capacidad de una persona de escoger el modo de vida que valore.
Al señalar que el bienestar de las personas está definido por el conjunto de oportunidades de elección, es decir por las libertades de que efectivamente dispone el individuo, el economista hindú nos recuerda que cada hombre y cada mujer es un fin en sí mismo, que tiene derecho a decidir sus metas y los medios a emplear para satisfacerla, por lo que es esencial para su dignidad que pueda construir libremente su vida. .
En el terreno económico, esto se refleja en el orden de la competencia, que se ha consolidado como el mejor método para aprovechar el conocimiento disperso y no articulable que es fruto de la actividad libre y creativa de los seres humanos. Por ello el fortalecimiento democrático y el respeto a la libertad, hacen necesario optar por la descentralización de las decisiones económicas, por la apertura de mercado, por la promoción del libre ingreso a la producción y el intercambio, así como acabar con los monopolios. De ese modo podrá el consumidor ejercer su soberanía, habrá más y mejores oportunidades de empleo para las familias, se podrán asignar eficientemente recursos que siempre son escasos y se logrará generar la riqueza que permita reducir la pobreza. Se favorece así la eficiencia económica, una mayor productividad y mayor competitividad de la economía, todo lo cual se refleja en mayores tasas de crecimiento, tal y como ha hecho España en las últimas décadas.
En el terreno de la solidaridad social, esto se refleja en la necesidad de suprimir el dirigismo estatal, que acaba alienando al individuo, al limitarle la creatividad, mediante la habitual práctica de introducir distorsiones y privilegios en beneficios de unos pocos, así como de eliminar los incentivos que premian la superación. Aquí es necesario optar por mecanismos de solidaridad que privilegien la creación de oportunidades para los menos favorecidos, a través de la apertura generalizada de ingreso a las diversas actividades productivas y de la inversión social en educación y salud.
Se impide así que el fruto del crecimiento económico sea monopolizado por unos pocos privilegiados.
El papel primordial en la tarea de crear oportunidades para todos radica en la educación, especialmente en la actual economía del conocimiento, y aquí España y Costa Rica encuentran un camino compartido, una senda común, una enriquecedora interacción.
Nuestros pueblos comparten lazos entrañables, de muy diversa índole, pero de particular importancia ha sido la influencia española sobre nuestro sistema educativo y sobre los procesos de creación y transmisión del conocimiento intelectual. Hoy por hoy, muchos de nuestros más brillantes jóvenes y profesionales acuden todos los años a consolidar su formación a las universidades españolas, como este claustro académico que nos honra visitar, para luego volver a nuestro país a contribuir en la tarea común de forjar el desarrollo humano de nuestro pueblo.
Compartimos también nuestro compromiso por el respeto a los derechos humanos. Los cientos de miles de personas que marcharon en Madrid hace unos días en contra la violencia demencial del terrorismo, exigiendo que se respeten los derechos humanos de todos los españoles, contaron con el respaldo moral y espiritual de los más de tres millones de costarricenses, que hacen de la paz y del respeto a los derechos humanos el leit motiv de nuestra sociedad.
Nosotros, los costarricenses, es decir un pueblo iberoamericano, compartimos con España los lazos de la sangre, del idioma, de la religión, de la cultura, del respeto a los derechos humanos, de la búsqueda constante de la paz, de la aspiración por el desarrollo humano. Compartimos también nuestra fe y nuestra común vivencia de los beneficios de la democracia y la libertad.
Pese a las grandes dificultades que aún enfrentamos y las decisiones que aún no hemos logrado adoptar, los costarricenses hemos consolidado nuestros valores ancestrales, pero nos es cada vez más urgente aplicar los nuevos conocimientos técnicos e institucionales para poder de nuevo preveer el futuro en forma exitosa.
En estas tareas los éxitos de España con su modernización, democratización e incorporación a la Unión Europea señalan un camino para las naciones de Latinoamérica. Cada una de nuestras naciones deberá caminar su ruta propia. Pero todos deberemos aprender de la experiencia española.
Para ese aprendizaje la Universidad Carlos III podrá ofrecernos una ayuda invaluable. Su excelencia académica, su vocación ética, su amplitud de miras, nos garantizan el acceso a la investigación y la enseñanza que requerimos.
Agradezco el inmerecido honor que la Universidad Carlos III me ha conferido y con respeto los insto a brindar esa colaboración por el progreso latinoamericano.
Muchas gracias.