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La Economía necesita a la Historia Económica
Es, desde luego, un gran honor ser distinguido con este título. Me gustaría verlo no solo como una celebración de mi carrera académica sino también como reconocimiento para el campo de la Cliometría, un área que tiene una sólida tradición de excelente investigación en esta Universidad. Ello, no obstante, a pesar de que la Historia de la Economía Cuantitativa aún no es muy valorada por algunos economistas. Quisiera sugerir por qué deberían verla como un valor a incluir como un input para debatir sobre política económica y también decir algo sobre los pasos que los historiadores económicos deberían tener en cuenta para mejorar su valor y su perfil.
Por supuesto, hay muchos puntos de vista en relación con la utilidad de la Historia en el contexto de los debates políticos actuales. Henry Ford, lamentablemente, proclamó que la “La Historia es una tontería”. En el lado opuesto del espectro, George Santayana, afortunadamente, dijo “Quienes no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. En tanto algunos economistas tengan más empatía hacia Ford que hacia Santayana, yo, naturalmente, me situaré en el en el extremo opuesto y no solo por el hecho de estar ahora en Madrid. Entonces, ¿cómo podría yo convencer de que están equivocados a aquellos que piensan que “la Historia Económica es una tontería”?
La Historia Económica es una modesta disciplina. Sus seguidores, como si fueran ciudadanos de un pequeño territorio, son conscientes de que deben dominar el idioma de sus importantes vecinos, incluyendo, especialmente, el de la Economía. Cuando mantenemos una conversación sobre esas otras disciplinas, debe ser sobre la base de que tenemos cosas que aprender pero también que enseñar. Los historiadores económicos estudian asuntos de gran relevancia política para el mundo actual. Es importante que los creadores de opinión y los actores políticos sepan esto y que estén alerta sobre los resultados de nuestras investigaciones y su significado para los asuntos importantes. Esto implica que el peso del esfuerzo debería inclinarse un tanto hacía los asuntos que interesan hoy a los políticos y un poco menos hacia el desarrollo de las investigaciones motivadas por el compromiso con la historiografía. Necesitamos estar dispuestos y preparados para debatir sobre las lecciones de la Historia. En términos del argot actualmente utilizado en el Reino Unido por el Research Excellence Framework and the Economic and Social Research Council necesitamos desarrollar “caminos para impactar”
La relación entre la Historia Económica y la Economía debería ser una calle de dos direcciones. Por ello, debe reconocerse que las aportaciones que un importante conocimiento de la Economía hace a la Historia Económica incluyen más datos basados en los conceptos económicos idóneos; más datos basados en técnicas econométricas; mejores hipótesis diseñadas sobre las propuestas de la Economía y mejores interpretaciones de los datos por medio de una mayor atención a las especificaciones de los modelos y a su robustez.
No obstante, aquí se da un peligro que fue debidamente enunciado a mediados de los años ochenta por Robert Solow; concretamente, planteó que la Historia Económica está más dañada que enriquecida por la Economía o, según dijo, “un historiador económico no es más que un mero economista con alta tolerancia al polvo”. La cuestión era que en la modelización económica una determinada dimensión probablemente no sirva para todas las situaciones y por ello el conocimiento del contexto institucional es de la máxima importancia. Sin duda, esto debe ser interpretado incluyendo “instituciones no formales”. Seguramente, es conocido que cuando preguntaron a Douglass Nort, al finalizar la etapa soviética, qué era lo más importante que debían hacer los rusos para asegurar el éxito económico dijo que lo que realmente necesitaban era “alcanzar una nueva Historia”.
Es alentador haber visto el mayor énfasis puesto por los economistas en los últimos veinte años sobre las instituciones como claves decisivas para el crecimiento económico y el desarrollo. Esto indica que al menos hay un cierto reconocimiento del punto de vista de Solow sobre la importancia del contexto institucional para conocer el funcionamiento de las economías y para el diseño de recomendaciones políticas. Asimismo, sugiere un papel importante para entender cómo funcionan realmente las instituciones, de facto más que de jure, y si son moldeables. La Historia (y la experiencia histórica) importa porque las instituciones perduran y no siempre son susceptibles de reformas desde arriba.
La Historia Económica es útil para los economistas en tanto les proporciona más evidencias empíricas desde un más amplio rango de experiencia, les ofrece conocimiento sobre lo que funcionó y lo que no en el pasado, les destaca la importancia del contexto en la elaboración de las lecciones y el diseño de los modelos, y es un antídoto contra “datos” poco fiables y la “Historia partidista”.
Por ejemplo, es realmente útil conocer que el Crash de Wall Street no causó la Gran Depresión, que el Plan Marshall promovió el crecimiento económico europeo porque fue un exitoso programa de ajuste estructural con condicionantes, que el rearme no fue necesario para salir de la Gran Depresión, que la revolución industrial británica no fue financiada por los beneficios del imperialismo y el comercio de esclavos, que casi todos los avances de la innovación van a los usuarios no a los creadores de las nuevas tecnologías, y que el éxito del patrón oro antes de la Guerra Mundial fue irrepetible.
Incluso Henry Ford debió reconocer la importancia del papel que jugó la crisis bancaria en la Gran Depresión para diseñar la respuesta política adecuada en 2008. Con el paso del tiempo, nos ha llegado una masiva cantidad de detalles que nos permite entender por qué se produjo la crisis de los años treinta, por qué hubo unos efectos tan devastadores sobre el nivel de la actividad económica, y qué podría haberse hecho para prevenirla o para responder de forma más eficaz una vez estuvo en marcha. También, el gobernador del Fed, Ben Bernanke, ha hecho una importante investigación sobre la economía americana de los años treinta y especialmente, sobre el papel que jugaron los fracasos bancarios en la dureza de la Depresión. Algunas lecciones fueron tomadas en cuenta, en particular, en forma de acciones políticas llevadas a cabo en 2008/9. Sin embargo, otras, aquellas que pudieron evitar la crisis, fueron totalmente descartadas, y lo relacionado con la regulación de los sistemas financieros y el diseño de medidas preventivas fue lamentablemente olvidado, a pesar de que los historiadores financieros las conocían perfectamente
Es desde luego muy preocupante lo rápido que los economistas y los actores políticos olvidan el pasado. Un caso específico que me preocupa, como ciudadano británico, es la ignorancia sobre los lamentables resultados de las descabelladas políticas basadas en la oferta, adoptadas por el Reino Unido en los años setenta, que el conjunto de formulaciones políticas desencadenadas por el Brexit amenaza con repetir. Investigar sobre el periodo nos muestra que las políticas de ayudas públicas, las políticas de competencia, las políticas regionales, el proteccionismo, y la propiedad de la industria de la época por parte del Estado no funcionaron y tenemos una muy buena idea de por qué. George Santayana estaría desesperado.
Si se acepta que esta sensibilización hacia la Historia Económica es útil para los economistas, ¿resulta también que los historiadores especializados en economía añaden un significativo valor por encima de los esfuerzos de un economista formado a sí mismo en Historia económica? Obviamente, yo creo que la respuesta es sí y eso es algo que deberíamos asegurarnos de que sea conocido por los economistas, creadores de opinión y actores políticos, aunque también es justo decir que los economistas pueden mejorar mucho simplemente tomando el problema planteado y observando las experiencias de sus predecesores. No obstante, un punto esencial es que las habilidades específicas y la experiencia de un historiador económico con buena formación no son típicamente propias de los economistas.
Por ejemplo, un tema importante aquí es el referido al uso de fuentes históricas y a la importancia de no siempre tomarlas al pie de la letra. Un excelente ejemplo de esto son las lecciones que debieron extraerse de la hambruna de 1943/44 en Bengal, que son el arquetipo de referencia para los estudios sobre hambrunas, desde los malthusianos a la perspectiva distribucionista de Amartya Sen. La interpretación de Sen de que la hambruna fue debida al acaparamiento y a la especulación en lugar de a la caída de la disponibilidad de alimentos es compatible con las protestas en relación con la investigación oficial publicada en mayo de 1945. Cormac O’Grada, como historiador riguroso, indagó en las fuentes y muestra que los funcionarios simularon que la falta de alimentos fue el problema principal pero que en tiempos de guerra necesitaban decir lo contrario ya que así atenuaban las exigencias para desviar el transporte y los aprovisionamientos del empeño que exigía la guerra. Dicho de otro modo, el informe fue un encubrimiento cuyas conclusiones se revelan inconsistentes ante las evidencias cuantitativas disponibles. Esto apunta hacia un problema más general, concretamente, que los economistas tienen frecuentes prejuicios y son vulnerables frente a los sesgos de confirmación en sus enfoques al utilizar testimonios históricos
¿Debemos ser optimistas sobre la relación futura entre la Historia Económica y la Economía? Creo que la respuesta es definitivamente “sí”. Hay diversas razones para ello, incluida la mucho mejor formación que los jóvenes cliométricos han tenido, lo que facilita la comunicación con los economistas; el viraje desde lo teórico a lo empírico en economía, lo que puede favorecer notablemente una rápida expansión del stock de datos históricos accesibles; la más amplia cobertura geográfica de la investigación cliométrica; y la creciente tendencia de reunir equipos agrupando diferentes habilidades para crear documentos de investigación a fin de ser publicados en revistas económicas. Estas tendencias serán respaldadas por el progreso tecnológico en la práctica de la investigación de la Historia Económica. Como proclamó recientemente Kris Mitchener, estamos entrando en la era del “4D de la Historia Económica” conducidos por la rápida reducción de los costes de digitalización de las fuentes históricas y por la mejora de los algoritmos con los que las examinamos.
La feliz consecuencia es que los historiadores económicos tendrán más que ofrecer a los economistas. En su reciente estudio sobre el particular, Deirdre McCloskey concluyó así: ¿Tiene el pasado utilidad económica? ¡Por supuesto que tiene! De hecho, ahora es esta una mucho más justificable afirmación que cuando ella escribió estas palabras en 1976. Henry Ford estaba equivocado. De todos modos, deben continuar demostrando esto a los destinatarios implicados y comunicárselo en su argot.