Profesora Margaret Levi
- Inicio
- Conócenos
- Honoris Causa
- Profesora Margaret Levi
Profesora Margaret Levi
Doy las gracias al Rector y al Consejo de Gobierno de la Universidad Carlos III por otorgarme el Doctorado Honoris Causa. Lo acepto con gran orgullo. He amado a España y a su comunidad académica desde la primera vez que impartí clases en el Instituto Juan March, en 2001, y continúo apreciando la investigación -y la amistad- de muchos miembros del Instituto, incluidos muchos de sus internacionalmente distinguidos graduados. Desde 2013, mi pertenencia al comité científico de la Universidad Carlos III-Instituto Juan March ha ampliado mi conocimiento y aprecio por la contribución española a las ciencias sociales y, en particular, el de esta gran Universidad. He progresado por vuestro reconocimiento a mi trabajo, y quiero mostrar mi agradecimiento a aquellos que han hecho posible este momento. Estoy especialmente agradecida al Profesor Ignacio Sánchez-Cuenca, apreciado colega desde hace cerca de veinte años. También estoy muy agradecida por el prolongado e importante apoyo de otras facultades y del personal de la Universidad Carlos III y el Instituto Juan March, en particular, el de Andrew Richards y Magdalena Nebreda. Permítanme también extender mi agradecimiento a Juan March Delgado y Javier Goma, por su amplitud de miras y generosidad.
Mi investigación a lo largo de mi vida siempre se encuentra bajo unas condiciones en las que los ciudadanos y los miembros de las organizaciones respetan o se resisten a las demandas de sus líderes, en particular, las recaudadoras y costosas que colisionan con los estrictos intereses económicos. He hecho estudios a largo plazo sobre pago de impuestos, ir a la guerra, y comprometerse a realizar huelgas en nombre de otros que nunca actuarán de forma recíproca. Investigo esos problemas a través de la perspectiva de un economista político que usase herramientas económicas al tiempo que ponía su atención en la dinámica del poder y de la ética que caracterizan las actuaciones. Más recientemente, he recuperado conceptos desarrollados en mis primeros trabajos a fin de reflexionar sobre uno de los principales asuntos que confrontan a las sociedades hoy día: cómo crear un nuevo marco económico político moral. Es esta una gran tarea para el Centro de Estudios Avanzados sobre Ciencias del Comportamiento, que dirijo en Stanford. Nos encontramos en el proceso de construir una red capaz de crear la clase de pensamiento y política que necesitamos para un futuro en el que nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos podamos sobrevivir y prosperar. Es una empresa colectiva en la que deben comprometerse estudiosos y pensadores a través de las disciplinas académicas y a través de los sectores de la sociedad.
Lo que nos motiva es el hecho indiscutible de que el marco económico político desarrollado después de la Segunda Guerra Mundial se ha deteriorado. Las protestas en las calles y por medio de los votos son un indicador. El descontento general con el consenso liberal sobre las prácticas globalizadoras es otro. Yo vi con mis propios ojos esta reacción en España, primero las grandes protestas sobre la equidad global y más tarde los indignados. Con la toma de conciencia llega la oposición a los valores que apoyan el marco establecido y el antagonismo con aquellos que son percibidos como violadores del pacto social. También destaca la necesidad de una nueva economía moral, que se alinee mejor con los valores y necesidades de los que vivan dentro de ella y proporcione a todos una nueva base para la cohesión social.
Cada marco económico político integra valores y codifica estándares sobre comportamientos y decisiones. Todos son economías político morales. El neoliberalismo no es una excepción. Él consagra al individuo racional como el órgano decisorio y el elemento central; por tanto, enfatiza la importancia de las decisiones racionales definidas estrictamente en términos de costes y beneficios. Es el regulador de empresas, gobiernos y del propio sistema económico: las empresas deben ir en pos del máximo beneficio, los gobiernos deben principalmente proteger los derechos de propiedad y proporcionar las infraestructuras que no aporta el mercado y, en última estancia, el capitalismo a ultranza premiará a quienes trabajan y se esfuerzan. También regula a las personas: se espera el sacar partido de los demás, y el fracaso económico generalmente refleja problemas individuales y no estructurales.
El mayor logro del neoliberalismo – y de todos los marcos económico políticos desde Adam Smith- es hacer fórmulas normativas que parezcan informes descriptivos del comportamiento natural de la gente, los gobiernos y las organizaciones. Debemos entender el sistema como algo dado y natural; puede ser revisado pero no fundamentalmente modificado. El hecho de que unos sean prósperos y otros no se deriva de las decisiones o de la suerte, no del diseño del sistema.
Esta creencia en el sistema como algo natural es un truco de salón. Las economías son el resultado de decisiones morales y políticas, que pueden ser adoptadas y vueltas a adoptar. Estas contienen valores y normas de justicia y equidad. Podemos comprobar que la población responde no solo a cambios materiales en su posición sino que también -y a veces en contradicción con sus propios intereses- a aquello que percibe como ataques a aquellas normas, o que hiere su dignidad, y que no reconoce la valía de sus culturas. Cualquier marco económico político consagra derechos y obligaciones recíprocos que conectan poblaciones, gobiernos, corporaciones, y todas las restantes organizaciones que conforman la sociedad. Asimismo, guía las relaciones sociales entre los actores de una sociedad, y define lo que constituyen actuaciones legítimas. Incorporado a la economía política moral acepta las justificaciones para las actuaciones y el poder del gobierno, los empresarios, los grandes propietarios, y los financieros – justificaciones fundadas en valores y creencias ampliamente compartidos.
Una economía política moral no está basada simplemente en sus características abstractas o en sus razonamientos económicos y justificaciones políticas. Debe tratar de las inquietudes que tiene la gente y subrayar el conjunto de valores que conducen a la política a encontrar esas inquietudes. Está creciendo una evidencia empírica -estadística, experimental, cualitativa e interpretativa- de lo que demandan los colectivos. En tanto supongamos que cada uno busca un mínimo de seguridad económica y física, no podemos pensar en otros valores y situaciones relevantes. Además de un mayor conocimiento de las actuales prioridades, también necesitamos un sólido conocimiento del papel del contexto, la persuasión, la socialización, de otros factores que influencian los valores y de cómo son priorizados. La observación diaria nos informa que las identidades colectivas y sus comportamientos tienen una gran influencia sobre las precepciones tanto de las preferencias como de las estrategias para mejorarlas. Las observaciones diarias – y recientes publicaciones en Facebook y Google- nos alertan de cómo las actuaciones sobre estos valores son manipulables a través de la información.
Incorporar nuestro conocimiento de colectivos e individuos es importante pero no suficiente. En el interés de otros, un libro del que soy coautora con John Ahlquist, revela los factores que animan a los sindicatos, organizaciones creadas para servir sus propios intereses económicos, a movilizar a sus miembros en nombre de otros muy distantes. Por ejemplo, el International Longshore Workers Union (ILWU) y su contraparte en Australia crearon instituciones de gobierno, educación y socialización que hicieron posibles costosas actuaciones en favor de otros. Esos otros incluían campesinos de China, Vietnam, El Salvador, los rebeldes contra las normas coloniales en Indonesia y las víctimas del apartheid en Sudáfrica. Eran extranjeros, gente con la que los miembros del sindicato difícilmente se reunirían nunca y de quienes no tenían expectativas de actuaciones recíprocas. Los sindicatos crearon una comunidad de destino ampliada. Lo hicieron con instituciones que socializaron e informaron a los trabajadores sobre el mundo, e instituciones que, y esto es aún más importante, dieron a los trabajadores voz y representación para desafiar la información y los objetivos subyacentes en las demandas, para actuar en favor de los otros. Las instituciones dieron a los trabajadores tanto el poder de proponer actuaciones como de vetarlas.
Todos nosotros tenemos algún destino común, con aquellos con quienes sentimos nuestros intereses como un destino común y con aquellos con quienes deseamos actuar de forma solidaria. La cuestión es cómo alcanzar un destino común que comprenda a aquellos presumiblemente afectados por el cambio climático o la globalización, o aquellos otros particularmente afectados que nos trasladan más allá de los límites de nuestra familia, relaciones personales, y aldeanas formas de identidad. Los valores de una economía política moral serían aquellos que pasasen por encima de nuestras diferencias, en lugar de profundizar en ellas: valores tales como la protección de nuestro planeta, la significativa reducción de la desigualdad, la protección y la promoción de la dignidad humana. El fracaso de los gobiernos, los empresarios y otras organizaciones en orden a asegurar estos objetivos o favorecer esta clase de logros o permitir un injusto establecimiento de los mismos debería definirse como un uso ilegítimo del poder. Deberían considerarse como violaciones del pacto social y razones suficientes para protestar y rechazarlos.
Las instituciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial -tanto domésticas como internacionales- están experimentando una crisis de capacidad y aptitud. El neoliberalismo que una vez prometió soluciones puede que aún esté arraigado y organizado, pero está deteriorado y con él la economía, las coaliciones políticas y el tejido social que fue su columna vertebral. Crear una “economía política moral” requerirá cambiar las ideas populares sobre los mercados y sobre el trabajo, diseñar un nuevo esquema regulatorio y crear una red de seguridad que libere el potencial económico de una economía impulsada por la tecnología. No podemos volver atrás al período posbélico, pero podemos decidir dónde ir en el futuro.
Mi permanente pertenencia a los investigadores del Instituto Juan March y la Universidad Carlos III permite conocer mi forma de pensar sobre los componentes necesarios para una nueva economía política moral. Estoy muy agradecida por los estímulos intelectuales, los fundamentados conocimientos, y los modelos proporcionados de cómo desarrollar la mejor investigación sobre los problemas cotidianos. Esta pertenencia también favorece mi aprendizaje de cómo conjugar de la mejor manera esta investigación sobre política y los cambios programáticos en políticas públicas y gobiernos. El hecho de que yo haya adquirido tanto de todos ustedes hace que la concesión de este doctorado honorario sea la más apreciada. Muchas gracias.