D. Antonio Buero Vallejo
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Discurso del Sr. D. Antonio Buero Vallejo
Excelentísimo y Magnífico Señor Rector, Autoridades Académicas y Universitarias, Señoras y Señores, amigos todos,
En primer lugar, claro está, es obligado, pero muy gratamente sentido, el deber de dar las más efusivas gracias a esta Universidad de Carlos III y a su equipo rector por haber querido honrarme con esta Medalla, que por cierto es muy bonita. Mil gracias, queridos amigos, señores doctores, por este premio más. Hay gentes por ahí que dicen, con toda razón: "Ya muchos premios tiene usted, señor Buero". Pues mire usted, ojalá sean el doble. Porque nunca está uno demasiado cansado de galardones, por lo menos en un país como España, que arrostrando las más diversas etapas de carácter social, político, ideológico, etc, en todas ellas ostentan su indiferencia, más o menos disfrazada, pero indiferencia, al fin, por el escritor. Ya dijo Larra, en una ocasión memorable y en palabras memorables, no como suelen decir los que lo citan sin recordar bien su lectura: "En España, escribir es llorar". El nunca dijo España, aunque se estaba refiriendo a España, claro. El dijo: "Escribir en Madrid es llorar". Yo creo que escribir en Madrid es llorar, en Valencia, en Sevilla, en cualquier lado. Escribir en el mundo es llorar. Y, porque no hemos olvidado a algunos escritores este deber de llorar, aunque sea simbólicamente, ante lo que está pasando y va a seguir pasando en el mundo, es por lo que la frase de Larra era algo verdaderamente premonitorio y actual al mismo tiempo, y por lo que hoy nos vemos condenados a repetirlo.
Pero vamos a lo nuestro, que no es Larra desgraciadamente. Que es Antonio Buero. Porque cuando a Antonio Buero le dan un premio tan honroso, esta Medalla que acaba de recibir, él no puede por menos que preguntarse: Realmente, ¿por qué me la dan? Y no lo digo como un acto de falsa modestia, no es porque yo crea que no me la merezco. Yo creo que me la merezco normalmente. Pero en estas ocasiones uno se pregunta: ¿cómo analizaría yo mismo si supiese el porqué de que me lo hayan dado? Y entonces surgen las cosas, más o menos rutinarias o más o menos exactas, que se han ido diciendo a lo largo de la carrera de uno, y tal vez entre ellas quepa destacar, que viene a ser ya hoy como una especie de lugar común, eso de que Buero que ha restaurado, o intenta al menos restaurar la tragedia en nuestros escenarios, pero una tragedia que suele llamarse también, tópicamente ya, hoy por hoy, tragedia esperanzada. Y uno dice: ¿habrá que pedir perdón por haber intentado iniciar tragedias esperanzadas?. No, no seamos tan altisonantes. No hay que pedir perdón por iniciar tragedias esperanzadas, porque las tragedias esperanzadas, y contra el criterio de no pocos importantes helenistas de diversos siglos, fueron ya inventadas, y muchos de ustedes lo saben, por los propios creadores del género trágico. Cuando alguien me dice: "Mire usted, está demostrado que la tragedia surge exactamente cuando la esperanza falta", y yo le digo: "Pues eso es una culpa, felix culpa, pero culpa al fin, nada menos que Goethe". Fue Goethe, en una carta, creo, al canciller Von Müller, el que dijo: "Cuando en una obra surge la salida, o se presenta al menos como posible, la salida resolutiva, desaparece la tragedia. Solamente cuando esa salida no existe, es cuando hay tragedia". Y fue tan enorme la categoría intelectual y literaria de este hombre, que desde entonces, a pesar que las cosas estaban ahí patentes, los más importantes, o algunos de los más importantes helenistas, han transitado por el camino abierto por Goethe, y han ido repitiendo esto, llegando a cosas muy curiosas en ese sentido, por ejemplo, hecha por un importante filólogo y tratadista de tragedia, el austriaco , que dice que hay obras más trágicas y menos trágicas, pero que evidentemente las más trágicas son aquellas en las cuales falta la esperanza. Y es que Goethe pesa mucho, y lo que dijo no era ninguna tontería.
Era un error, pero un error lúcido. Nunca está de más volver, retrotraerse a los grandes textos que han inaugurado esta aventura singularísima en el mundo de la tragedia, y que son, cómo no, algunos de los textos helénicos. Los griegos no solamente escribieron tragedias exentas, que también las hicieron. Escribieron, sobre todo en los orígenes de la tragedia, trilogías, seguidas por cierto de un drama de sátiros. En el fondo eran unas tetralogías. Pero lo fundamental eran las trilogías. Las trilogías, como todos ustedes, o muchos de ustedes saben, son tres tragedias sucesivas, algunas de las cuales, sobre todo en los principios del género, estaban ligadas argumentalmente. Han quedado muy pocas, o una, pero como ejemplo brillantísimo, la trilogía de las Euménides de Esquilo: Agamenón, las Coeforas y las Suplicantes. Están ligadas las tres obras por un argumento único: el de la desdicha de Orestes, que nada menos que mató a su padre y al amante de su madre. Pero esta desdicha en una tragedia digamos algo conservadora no hubiera tenido solución, y en efecto fue perseguida por entonces por las Eritnias, por las furias encargadas de castigar con remordimiento permanente a Orestes, sin embargo termina en la Orestiada, en las Euménides con una tragedia en la cual nada menos que el final resulta que llega a ser feliz, que a Orestes le es levantado el castigo, se le empieza a justificar el hecho del terrible drama que él fraguó y termina por que las terribles Eritmias vienen a ser convertidas, perdón, en la religión, pero en fin no hay más remedio que recordar un poco las cosas, son convertidas en Euménides, es decir, en diosas pródigas placenteras, sobre todo en Atenas, porque entonces ya había política, y ya los autores buscaban un poco lo que políticamente pudiera ser más atinado. En aquel momento en Atenas lo atinado era prestar toda su atención política al areópago y al sistema, bastante nuevo por entonces, de la votación por persona. Y, a través de la votación por persona, pero prudentemente dirigida por la diosa Afrodita, Orestes es exhumado, es exceptuado del castigo, y Atenas ingresa en la democracia.
Las palabras de Goethe, sin embargo, fueron tan enormes, tan impresionantes, que hasta un gran dramaturgo de nuestro tiempo, ya fallecido, Anouille, en una estupenda obra suya, Antígona, llegó a decir que el drama es para personas corrientes y vulgares, con sus pros y sus contras, pero que la tragedia es para reyes, porque en ella no hay "la cochina esperanza". Lo ha heredado de Goethe, pero como Goethe, con todo respeto para los dos -no estoy tratando, ni mucho menos, de decir que sean ambos desdeñables, todo lo contrario- Anouille también se equivocó, y como él otros muchos helenistas o aficionados. La realidad nos viene a decir que la tragedia, no solamente la Orestiada, sino la noticia que nos queda de muchas otras trilogías griegas, por ejemplo la trilogía prometeica, de la cual no hemos conservado más que uno de los tres miembros, pero nos consta por otras referencias que en el último miembro que todavía no se ponen de acuerdo los especialistas en si fue Prometeo portador del fuego o fue Prometeo libertado, para sí el título de libertado le da derecho a ser el tercer miembro de la trilogía, pero otros especialistas dicen que sin embargo debió de ser Prometeo portador del fuego. Bueno, no se sabrá creo ya que nunca, porque no se encontrarán estas obras perdidas, pero sí se sabe que era una trilogía en la cual al final, en el último miembro de la trilogía, finalmente el Prometeo, condenado de manera eterna por Zeus a la roca donde le mordían constantemente el hígado, terminaba sin embargo por reconciliarse con Zeus, y en muchas otras trilogías, en las de Anaidas por ejemplo, o incluso en las de Eurípides, aunque habría sido más lógico pero que obedecía más de lo que se pensaba a la norma, al código de la tragedia. Por ejemplo, en lfigenia en Táuride, el final, como en todas estas trilogías, o bien como en obras ya exentas, que no necesitaban de los otros tres miembros, pero que venían a ser un poco miembro final de una trilogía no escrita, también se produjeron entonces finales conciliadores. De modo que el viejo tópico, tan fuerte por otra parte, de que en la tragedia no había solución, no había esperanza, la realidad de los hechos lo desmentía categóricamente.
De modo que cuando el pobre Buero Vallejo intentó hacer, más o menos, no ya drama -como muchos dijeron: "Es que es un drama"- Perdón, es una tragedia, pero esperanzada. Es que eso no existe. Perdón, es que existe desde Esquilo. Lo intenté hacer, probablemente con mano torpe, qué duda cabe, por lo menos en unas obras más y en otras menos, pero intenté hacer algo que en nuestra sociedad estaba pidiéndose a gritos, porque yo trabajé en todo esto, y sigo haciéndolo, cuando era joven, ya no lo soy. Es decir, cuando era el miembro vencido de una zona, de un bando vencido de la guerra civil española. No voy a entrar ahora en quién llevaba razón y en quién no. Yo creo que nosotros llevábamos razón, pero eso es discutible y ahora concedo todo el derecho a dudarlo a quienes pertenecieran a ese otro bando, pero, llevase quien llevase razón, aunque probablemente la razón estaría más o menos repartida, como suele ocurrir, lo que sí pasaba era que estábamos viviendo una dictadura y una dictadura sin libertades, o bien con la administración un tanto caprichosa de esas libertades por personas que por vencer se habían arrogado a sí mismos el derecho de disponer de todo, y por lo tanto de disponer también de nuestros silencios y de nuestras omisiones. Ante ese panorama tan dificultoso, sobre todo para vencidos, o para pertenecientes al bando vencido, los autores como yo teníamos que reaccionar, y reaccionamos. Hubo quien dijo: "Aquí no se puede reaccionar, y me voy al extranjero". Es usted libre de ello. Pero hay otros que dicen: "Aquí no se puede reaccionar, y por lo tanto me callo". Y a ése yo le digo: "Muy mal". "Usted tiene que hablar". "Usted tiene que escribir. ¿Que no puede usted del todo? Ya lo dijo Larra también en una página estupenda suya. "Búsquense los caminos, todo es cuestión del talento". Hemos intentado, con nuestro talento relativo, buscar los caminos de decir, si no se podía decir el ciento por ciento, por lo menos el ochenta por ciento, cuando repicaba en gordo, y otras veces el setenta, pero siempre se ha podido decir algo. Que por no poder decir todo no se diga nada es una manera de condenar a un país entero al silencio. A eso no jugábamos. Algunos no jugábamos. Y así, no hemos jugado, a pesar de la incomprensión del extranjero y de la incomprensión de algunos de dentro, partidarios más bien del silencio, vaya Usted a saber por qué. Y hemos ido haciendo una obra, lo modesta que se quiera, pero propia y sincera. En esa obra figura el autor llamado Antonio Buero, y otros muchos autores naturalmente. Me atrevo a decir sin gran riesgo de exageración que una parte, discreta si se quiere, pero que una parte nada desdeñable del despertar y de la evolución creciente de nuestro pueblo hacia la libertad la hemos originado los escritores. No todo, claro que no. Están también los políticos, los mártires, que los ha habido, y tantos otros, pero también nosotros, algunos de los cuales hemos tenido la indecible suerte de salir ilesos, o casi ilesos.
Para terminar, diré una cosa. Albert Camus, del cual ha habido oportuno criterio y oportuna recordación, por parte de nuestro querido amigo Jorge Urrutia, dijo en una ocasión, no recuerdo ahora si en L`homme revolté o en cual de sus obras: "La literatura sin esperanza es una contradicción en los términos". Con ello, decía valerosamente que aunque estuviéramos escribiendo tragedias, no ya dramas, tragedias, en las cuales algunos quedaran derruidos, destrozados, asesinados, aquello llevaba dentro sólo la cuestión de buscarlo, la esperanza, que aquello llevaba dentro por lo menos la invitación al espectador a que viera cómo se podría, acaso en el futuro, evitarla caída, la renovada caída, aquella espantosa situación que la obra nos describía, intentando suscitar en el espectador esas esperanzas que él, lo sabía muy bien, y algunos otros lo sabíamos, esas esperanzas, que, aunque sea de forma implícita, la obra trágica está llamada a suscitar. A través de la piedad, a través del terror, a través de la aparente desesperanza incluso, en los peores casos, de un conflicto sin aparente salida. Sí, a través de todo esto. Pero una literatura desesperanzada, lo dice Camus, es una contradicción en los términos. Hemos intentado decirles a todos nuestros compatriotas: "Acercáos a la tragedia". Porque una tragedia desesperanzada, aunque parezca que es su mensaje inmediato, aún en los peores casos en otras no, en otras es explícito. Acabamos de ver que hay algunas con terminación feliz, nada menos que en la Grecia antigua pero, en esas otras más actuales, en las cuales estamos viendo quizá un primer miembro, o un segundo miembro de una trilogía trágica, se nos está invitando de hecho a que nosotros espectadores escribamos, siquiera seano con la pluma, pero sí con nuestras acciones, el tercer miembro de la trilogía, aquel que puede terminar siendo feliz.
En España hemos vivido unas experiencias imparables durante estos años. Hemos salido de una dictadura para entrar en una democracia. Democracia que no carece de errores, de equivocaciones, y en la cual también podemos ir algo más adelante, pensar que podemos mejorar todavía esa conquista, pero yo supongo que esa conquista se parece a algo a al que pudo ser quizá la conquista del Areópago en Atenas, a través del ejemplo rutilante de la Orestiada.
Sigamos pues diciéndonos a nosotros mismos, y diciendo a vosotros, a todos: "Ojo con la tragedia". Porque, tal vez, aunque sea de manera un tanto alambicada, el género literario más vigorosamente llamado al futuro que la humanidad tiene es la tragedia, aunque parezca a primera vista todo lo contrario.