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Alberto Teysierre

Voluntariado en Protocolo y Relaciones Institucionales en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, Ayacucho, Perú - 2024

Alberto Teysiere

A mi llegada a Perú, era consciente de que me esperaba una nueva experiencia, pero no sabía hasta qué punto esta iba a sorprenderme y revelar una nueva cultura. Más allá de las tareas que realizaba en la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, cada día era una lección acerca de la riqueza cultural, los desafíos cotidianos y la resiliencia de una comunidad que me abrió las puertas de su realidad. Me he visto obligado a cuestionar mis propias percepciones y aprender humildemente de un entorno tan fascinante como desafiante. 

Ayacucho, enclavado en la cordillera de los Andes, es una ciudad llena de vida. Su Plaza de Armas es testigo diario de desfiles, celebraciones y manifestaciones que reflejan la diversidad y el espíritu de sus gentes, mientras que su mercado ofrece un vibrante espacio para disfrutar de la gastronomía local. Cada lugar de la ciudad cuenta algo diferente sobre ella: las iglesias coloniales que se llenan en los oficios, los puestos de comida (algunos más vacíos que otros), o el silencio nocturno que inunda la ciudad y contrasta brutalmente con el constante alboroto diurno.

Mi tarea principal consistía en la elaboración de un manual de protocolo para la universidad con el objetivo de ofrecer herramientas organizativas claras y estandarizar eventos. Aunque el documento se completó con éxito y generó interés entre algunos miembros de la comunidad universitaria, pronto me di cuenta de que su impacto estaba condicionado por algo mucho más profundo: la disposición real para implementar cambios Esta experiencia me llevó a reflexionar no solo sobre la necesidad de mi trabajo, sino también sobre la voluntad institucional para abordar de raíz los problemas cotidianos que, con frecuencia, se limitaban a quejas recurrentes sin acciones concretas para resolverlos.

Mi experiencia no fue perfecta, pero con el tiempo comprendí que cada obstáculo era una lección. La resistencia al cambio me recordó que los procesos de transformación son lentos, requieren constancia y deben surgir de las mismas personas, no ser forzados por agentes externos. El choque cultural y las tensiones derivadas de este me enseñaron la importancia de la comunicación efectiva, la empatía y la habilidad de adoptar perspectivas distintas, cualidades esenciales en cualquier contexto intercultural

Estos desafíos, así como las jerarquías rígidas y una marcada desconfianza hacia las ideas externas generaron en mí una gran frustración. Sin embargo, este reto me enseñó que la clave no es imponer soluciones, sino facilitar espacios para que el cambio surja desde el interés genuino de las personas involucradas. Ofrecer herramientas es importante, pero aún más esencial es promover un diálogo que permita comprender las necesidades y aspiraciones locales

A través de este proceso, entendí que las dinámicas laborales y sociales en la región están profundamente marcadas por una herencia histórica y cultural compleja. Ayacucho, conocida en Perú como la cuna del terrorismo debido a los años oscuros del conflicto armado interno, carga con un estigma que aún pesa sobre sus habitantes. En Lima, la capital, no pocas personas me comentaron que los habitantes de la sierra son incultos. Estas percepciones condicionan la autoestima colectiva, influyendo directamente en las interacciones sociales y las oportunidades de desarrollo tanto dentro, como fuera de la región.

Por otro lado, tuve la fortuna de observar cómo la educación superior puede convertirse en una herramienta poderosa para el desarrollo sostenible. Los proyectos de la UNSCH como los fundos universitarios de Allpachaka y Huayllapampa, que integran investigación académica con iniciativas agrícolas y ganaderas, me inspiraron para pensar como la colaboración entre la academia y la comunidad es clave para generar impacto real.

Más allá de las tareas asignadas y de los conocimientos adquiridos, el verdadero valor de mi experiencia radicó en las personas. La calidez y disposición de los compañeros de trabajo marcaron la diferencia en momentos en los que sentía que mi esfuerzo no era suficiente, no solo apoyándome en el proyecto sino también destacando como bellísimas personas.

Estas interacciones me enseñaron a ser más paciente y comprensivo, a reconocer que cada contexto tiene su propio ritmo y que, a veces, las diferencias culturales pueden ser una oportunidad para crecer. Aprendí que adaptarse no significa renunciar a los principios, sino encontrar un punto medio que enriquezca a ambas partes.

A quienes estén considerando una experiencia similar, les animo a que den el salto. No siempre será fácil, pero cada reto será una oportunidad para aprender. A veces, crecer implica enfrentarnos a nuestras propias limitaciones, y pocas cosas son tan enriquecedoras como descubrir que podemos superarlas.